CARPE DIEM 9

Capitulo 37

Fernandina tuvo una infancia desbocada, de caballo ciego…¡
Los encuentros furtivos con el profesor de mates, se repitieron. Le encantaba, recordar sus perversos escarceos, magreos a escondidas.
Lo hacían en un portal, en el lavabo del bar, en el ascensor. Les daba morbo, se excitaban un montón, por el hecho de sentirse observados. Eso del riesgo, sube la adrenalina, ellos lo sabían. De hecho era lo mejor de la relación. Ni dónde, ni cómo, ni cuando…





Capítulo 38

Vista oral.

Fernandina, no perdía comba. Tenía una lista de antiguos ligues, con sus teléfonos. No había tenido con ellos sexo explícito, solo magreos, calentones….
Se propuso rematar la faena.
La propuso a Xu Lian, la idea , le pareció genial.
Iban a compartir esos hombres, en plan menage a trois .O sea, trío; lo decían en francés, quedaba más chic.
Paseando por la Rambla de Catalunya, se encontró con Xavier. Se conocieron cuando ella tenía quince años y el diecisiete.
Ahora es juez.
Sin mediar palabra, se cogieron de la mano y fueron al despacho de abogados, que tenía en esa calle. Era sábado por la tarde, estaba vacío. Se desnudaron en el ascensor, cuando llegaron al ático, habían consumado los preliminares; caricias , besos, arañazos, botones rotos…, la corbata ,quedó olvidada en el ascensor.
Xavier dijo:-No importa tengo más-. Las prisas y el calentón, alimentan el olvido.
Lo hicieron en el sillón, sobre la mesa del despacho. …Los gritos bajaban por la ventana , se la dejó abierta la mujer de la limpieza.
Valió la pena el reencuentro; se lo debían.
Fernandina, a los quince, era una niña reprimida y tímida. Sólo aceptaba toqueteos leves..
Arrambarse en los bailes, besarse…pero eso se acabó.
Quedaron para una nueva cita, los tres. Xu Lai y Xavier, se relamían, esperando .







Capítulo 39


Lamer la tarde roja, con la pasión de una amanita faloides.
Escuchar a Freud, cantando la Traviata en un bar de mala muerte, y lleno de humo.
Subir los escalones de tu casa, a cuatro patas, para llegar mejor…
Beberme tu mirada, indolente y sin lágrimas.
Olvidarme las llaves en el coche.
Olvídame si puedes, pero no me dejes¡
Así escribía Fernandina, pensando en su amor prohibido.
También es cierto , pensaba, que sin amor imposible, no hay escritura, ni poemas…¡
Después de todo, era útil hasta el sarcasmo y la melancolía. Abandonándose en brazos ajenos, sin mediar palabra, ni buscar respuestas.
Todo lo hacía en aras del goce, puro y duro, y si aparecen pequeñas dosis de luz, pues bienvenidas sean. Pero lo genuino y básico es la oscuridad.














Capitulo 40
El temporal de Levante, le levantó las faldas y las ideas. Los pezones se pusieron duros por el frío. Empezó a escribir cual posesa, como si las olas de cuatro metros, la persiguieran.
El paraguas, se le puso al revés, ella insistía…no, aún no..¡¡pero el viento poderoso y bravo, ganó la batalla. El paraguas voló, literalmente.
Le dolían las manos de sujetarlo sin ningún éxito. Se puso chorreando hasta el alma.
Estaba motivada, las palabras fluían como el agua, la vestían con su sonora belleza. La formas, las letras, dibujaban imágenes, emociones…el papel, temblaba al recibirlas.
A Leónidas, le mueve la avidez, a ella, la ausencia y el abandono.
Cualquier emoción es buena , si se sabe administrar.
Necesitaba soledad, le dijo. Y solo quedó silencio.
Fue una buena escusa; Fernandina se enamoraba de imposibles, iba de frustración a despojo, de tumbo en tumbo, en caída libre.
A pesar de ello, insistía, como la pertinaz sequía.
La rima salía sola, las lagrimas también. Eran pan de poesía.

Capítulo 41

Leónidas, buen amigo, del que ella estaba enamorada, era escritor.
Fernandina, le escribía poemas y cartas; como esta:-Tengo pendiente un hambre, se columpia deseosa por mi collar de baratija…¡-
Sus zapatos sonreían, brillaban bajo la lluvia. Por dentro, envejecían, como un maleficio oculto .
Ultimamente , los escritos del amigo, escaseaban, eran una declaración de intenciones una justificación.
Sus pasos eran lentos, pero seguros.
Necesitaba distancias , para objetivar y narrar historias.
Otro buen colega, Luis, profesor de Literatura en la Facultad de Letras, la aconsejaba, la ayudaba con los poemas y relatos. Fernandina , agradecida le echaba unos polvos de muerte. Solo para huir de tedio y el aburrimiento.
La vida que llevaban era bastante monótona, carente de sentido, a veces.
Era un solterón bien conservado, con cincuenta años a cuestas; había corrido mucho mundo, y estaba de vuelta de todo, o al menos, eso decía

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