CARPE DIEM 14

CAPITULO 49

A la abuela se la hacía cada vez más difícil entrar en la cocina, y encender el gas para guisar; a penas veía. Así que fue fácil imaginar la forma de cargársela. Un día que estaban solas las dos, la abuela, como de costumbre, hacia la una de la tarde, fue a la cocina para hacer la comida. Llenó la olla de agua y la puso encima del fogón, abrió el gas, fue a por las cerillas , pero no estaban en su sitio…¡¡¡busca que busca, no las encontraba,¡¡¡el gas se escapaba, por el quemador.,¡¡¡
Se olvidó que lo tenía abierto, es lo que tiene ser viejo…
Preguntó a la nieta si las había visto…¡Dichosa caja¡…¿para qué coño las había cogido la niña?...es que no tiene remedio.
Fernandina estaba estaba en la calle, contemplando las palomas, arrullada por sus especiales gorgeos ligones.
Había escondido las cerillas en el cajón de la mesita de noche de la abuela. Al fín las encontró, cuando llegó a la cocina, prendió la cerilla y ¡PUM¡¡¡, todo el gas concentrado explotó , se quemó la cocina y la abuela, que falleció en el lugar de trabajo, como buena ama de casa.
La niña ni se inmutó. Sonrió maliciosamente, y pensó, al fin, todos viviremos algo mejor…¡¡
Se acabaron para siempre las pesadillas, los malos rollos y la tristeza.
Desde ahora, nunca más viviría entre sombras. Sólo la luz la guiaría.
La sirena de los bomberos se acercaba , cada vez más….Para la abuela, era demasiado tarde.


Capitulo 50

Fernandina siguió sus pasos hacia el abismo, llenándose de lunas, aventuras y poemas.
La rutina, la cotidianidad, formaban parte de su vida, como si de un caparazón, una
mascara se tratara. Se repetían las ilusiones, aciertos, fracasos.
Con el paso de los años, sus carnes se fueron ajando. La tranquilidad, la pausa hacían mella en su alma, inquieta y fiera.
La mirada seguía buscando complices ; sus gestos eran caricias al viento.
Las lunas eran las mismas, acudían a la cita, con idéntico brillo, pero menguantes o crecientes.
Mensualmente lejanas, pero redondas y puntuales.
Los poemas eran cada vez mejores; .después de cuarenta y tres años escribiendo, forzosamente, como el buen vino, ganaban en calidad.
¡Después de todo mereció la pena vivir¡
Si más no, quizás algunas palabras, quedaran bajo las piedras. Como un mensáje.

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