CARPE DIEM CAPITULO 46 BIS

 

No tendría piedad, ni misericordia. El tiempo se desgranaba , como los grillos de una naranja ácida; así le gustaban a ella.
Nadie se merecía su perdón. El alma desgarrada, retumbaba, igual que los tambores de guerra masai, después de la erupción del volcán.
Su memoria iba desmenuzando los golpes, insultos, agravios que tuvo que soportar…
Los silencios, las bocas cerradas, durante años y años.
El recuerdo de su madre; soportando lo indecible, la armó de un valor y un coraje desconocidos.
Los días y días, de rabia contenida, iluminaron su imaginación, forjando una actitud y personalidad, rebelde, asesina, peligrosa y sin escrúpulos.
Alguien iba a pagar todas las injurias y ofensas.
Probablemente ella misma.
Hasta que se perdonó.
Si embargo, no pudo evitar el poderoso impulso que la llevaba siempre hacia adelante.
Hacía las cosas más inverosímiles, sin importarle un comino, las consecuencias, a quien se llevara por delante. Su imprudencia e impaciencia eran rasgos de su carácter; que le jugarían no pocas malas pasadas, también, porque no decirlo, a veces, sus mejores vivencias.
Cuando iba a la playa, se llenaba los bolsillos de conchas y piedras de diferentes tamaños y colores.
Al llegar a casa, los lavaba, los secaba y les hacía un poema; después los guardaba en unas cajitas de madera o en frascos de cristal, y los colocaba en las estanterías del mueble del comedor. Le hacían compañia , recordándole el mar, su amado y poético mar.

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